viernes, 11 de julio de 2014

artículo para degenerando, 26 de mayo 2014

                                                                  ¿Un super de amor?

                                                                                                                                                                                                                                         ¿Un super de amor?[1]
Magdalena De Santo
UNLP
Me invitaron a participar de esta mesa porque el 14 de febrero se publicó mi artículo “Sacarle jugo
al amor” en el suplemento Soy de Página/12. Esto es lo primero que quiero aclarar: soy egresada de
filosofía en la UNLP, me entró el feminismo por la cabeza, el lesbianismo al corazón y mis textos
del suplemento lgbt al bolsillo. Las investigaciones o textos que produzco para el suplemento SOY
no todos corresponden a mi propia lucha y respecto del tema que nos convoca, lo primero que
quiero decir es no soy activista del poliamor. Tuve experiencias no monogámicas, me interpela el
tema directamente, pero sigo cuestionando este ideal en particular nacido en los ´90 en
Norteamérica que muchas personas hoy, en estas latitudes, localizan y abrazan. Lo advierto porque
hay gente muy piola que lo lleva adelante y quizá sus voces aquí no están. Además porque con el
artículo se levantó mucho revuelo; no sólo es el motivo por el que me convocaron al Degenerando,
también me llamaron de distintas radios para que, finalmente, de explicaciones sobre una modalidad
de vida que no es la propia. Incluso me generó una crisis interpersonal con que la chica con la que
recién comenzaba a salir porque parecía que yo era la abanderada del amor sin jerarquías. Y nada
que ver. Soy muy crítica. Sólo que, por política editorial, algunos de los puntos más conflictivos que
sostuve en aquel entonces se desestimaron. Y justamente, porque hoy se me brinda la oportunidad
de seguir abriendo problemas –cuestión que con el artículo no pude- decidí exponer algunos
interrogantes que se me despiertan a partir del activismo en grupos minoritarios en los que
circulamos feministas, lesbianas, bisexuales, queer, trans y demás degeneradas.
Primera cosa. Una cosa es disputar los ideales del amor romántico –lo cual es absolutamente
necesario para las criadas mujeres-; otra cosa es llevar una relación no monogámica y otra distinta
es el poliamor.
Dianna Maffia seguramente tendrá una lectura muy interesante respecto de lo mal que nos ha hecho
el cuentito rosado del amor. Pasivas, sujetas del espacio doméstico, desgarradas de nuestras
potencias, solas, compitiendo con otras mujeres por la mirada del varón autorizado, por el galán,
urgidas por la reproducción como si lxs hijxs resultaran fuerzas de trabajo criadas en el silencio.
Aguantadoras de varias violencias por retener a toda costa aquello que supuestamente nos completa,
muchas mujeres corren detrás de la media naranja que casi siempre está podrida como la manzana
de la bruja. La Historia de la Filosofía ha hecho lo propio, y si bien la generación de mi mamá paró
bastante la moto con este tema de la reducción personal a objeto de deseo -el legado de ella para mí
no fue la realización en pareja, sino ser una sujeta plena que desarrolle profundamente todas sus
capacidades intelectuales y artísticas- no es la única que me educó: las instituciones calaron hondo y
hoy se sofisticaron la introyección de ciertos mandatos. Gracias Platón por tu banquete.
Recuerdo un laburo que hicimos para Extensión Universitaria con unas compañeras. Dábamos
talleres en un refugio de mujeres golpeadas y abusadas por sus parejas varones –se llaman refugios,
no viene al caso que me explaye aquí de las malas condiciones en las vivían, ni la transa entre la
ONG y la Municipalidad de la Plata que se costeaba en el dolor y precariedad de esas mujeres y
niñxs-; lo pertinente del caso es que una vez trabajamos con la consigna “si te pega no te quiere”
que fue rápidamente rechazada incluso por algunas de nuestras compañeras de la Universidad.
Ninguna estaba dispuesta a asumir el desamor como clave para empoderarse: argüían amores
enfermos o distintas variaciones devaluadas del querer pero insistían en dibujar corazones. Esta
experiencia fue clave. Entendí –no sólo intelectualmente- cómo en nombre del amor se pueden
auto-legitimar distintas atrocidades -los feminicidios, o mal llamados crímenes pasionales, son el
caso extremo de una continua cadena de violencias. Y además interioricé y asumí la potencia del no
amor. Que no te aman, que efectivamente no queres continuar el embarazo, que no querés los
zapatos que te intenta regalar -porque el don, cuando necesitas realmente algo te posiciona en un
lugar de deuda y sometimiento- es hoy para mí una pauta existencial. Se trata del ejercicio de decir
“no” a los supuestos consentimientos que otorgamos de manera naturalizada. Sonrisa -mueca
histórica de las feminizadas convertido en acto reflejo- o mirada gacha no vehiculizan ese “no” que
muchas veces nos llena de culpa. En este sentido, el desamor, como marca de legibilidad romántica
de nuestra existencia, me parece una fuente concreta de libertad.
Ahora bien, la utopía del amor libre en plena alianza con la mercantilización capitalista y el
atomismo liberal complejiza, a mi criterio, algunos problemas a la hora de decir “no”. Y de esto es
un poco de lo que quiero hablar acá: del lado oscuro de las nuevas prerrogativas afectivas bien que
pueden también violentar y/o banalizar muchas de nuestras pasiones. Más aún, quiero animarme a
preguntar si algunos intentos y reconfiguraciones de lazos de amor, en la práctica, pueden
reproducir las mismas opresiones históricas con los destellos de un capitalismo avanzado que en las
sombras todo lo absorbe y cuyo gran logro es subsumir, explotar y hacer propia toda diferencia. No
voy a opinar sobre las parejas no monogámicas que estipulan y reconfiguran acuerdos según su
propio proceso, sino sobre el ideal del poliamor. Quizá estoy hablando para unas pocas que se
animan a salir de la mono-norma y transitar nuevas redes sexo-afectivas de manera crítica y
consciente, pero quiero atender este punto ya que los imperativos de militancia muchas veces,
aunque tengan buenas intencionan, también coercionan. Muchas amigas -y yo misma- sufrimos por
esta suerte de disociación entre ideales revolucionarios y sentimientos anquilosados. Y de esto
quiero hacer mención, de las nuevas normas que nos instituimos y nos vuelven a arrojar a la
inmovilidad, a la confusión, a aceptar cualquier cosa, porque en algunos contextos –poquísimos, lo
se- el poliamor es la única opción existente de llevar una vida sexuada.
Dentro de algunos contextos crítico-militantes en los que he circulado, la mayor objeción a la
monogamia es su implícita alianza con el capitalismo. Esto es, que los sentimientos de apego,
posesión y celos están vinculados al afán de propiedad privada. Ello se traduce en que los
sentimientos de codicia y acaparamiento del ser amado resultan vehículos formidables para exigir la
exclusividad sexual. En esta ecuación, lo que se rechaza, es la equivalencia entre mercancía y
personas. Con esta objeción, el poliamor aspira a sostener varios lazos de amor sexuado
simultáneamente con pleno consentimiento de las y los miembros, erradicar los celos del corazón y
aprender compartir las distintas relaciones de amor. Así es que algunas personas poliamorosas
rechazan la idea de un vínculo prioritario, o una pareja, y entienden el amor sexual como algo
igualitario, que no debería jerarquizarse. De lo que se trata es de cuidar de la misma manera a todos
los afectos. Sin embargo, el capitalismo siempre opera en coyuntura, y no se puede analizar las
prácticas afectivas desconsiderando otros ejes de poder como la clase social, la raza, el género, entre
otras. Entonces, ¿quiénes tienen las condiciones dadas para poliamar?
La dependencia afectiva, la vulnerabilidad ante la persona amada y las distintas lógicas que se
producen en los vínculos apasionados no son mono-causales. La idea de poliamor, de generar una
red sexo-afectiva de cuidados y sin jerarquías afectivas parece desconocer el orden inefable e
inexplicable del deseo. La idea de no jerarquía es uno de los puntos que más ruido me hace
justamente porque los sentimientos oceánicos tienen ese plus de querer pasar el tiempo, la vida, con
alguien(es) en particular. En la atracción y enamoramiento una prioriza y vela por quienes ama. En
esta línea me pregunto si no es demasiado transparente y voluntarista creer que una se puede
desapegar del sujeto amado. Por ejemplo, muchas teorías psi logran explicar la tendencia a la
sujeción y al apego. La niña o niño ama a quien le provee calor y alimento, no realiza juicios de
valor ni discrimina entre quienes ama y depende. La niña o niño no sabe a qué se está vinculando,
sólo se vincula en pos de su supervivencia y el arrullo que la/o calme. (Este es un hecho
fundamental que los abusadores de niñas y niños aprovechan, sobre todo si su abusador es cercano
y ejerce algún tipo cuidado sobre la víctima). Con esto no quiero decir que las teorías psi tienen la
pauta liberatoria, sólo reparo en el hecho de que los sentimientos de apego y necesidad son bien
complejos y no es justo suponer la fórmula de que por estar con varias personas sexual y
afectivamente vinculada, una irremediablemente se convierte en una persona disidente.
En otro orden de cosas, en el plano de la praxis militante ha visto cómo el poliamor puede provocar
el cerramiento de los grupos y la consecuente expulsión de lxs miembros que eligen una única
relación. Pruebas de poliamor muchas veces son las puertas de entrada a un grupo y dar cierto
status de disidencia efectiva. Y esto, para la militancia, es grave. El enguettamiento, y/o endogamia
excluyente produce no sólo la uniformización de sus integrantes, sino sentimientos de inseguridad,
de querer pertenecer, y hacer cualquier cosa por ser aceptadas o que nos amen, esta vez, un grupo.
Cualquier prescripción en el orden sexual es peligrosa y la vigilancia interna o policial en el
activismo está siendo moneda corriente arrasando los procesos subjetivos de cada quién.
Además, la desigualdad material y simbólica entre sujetos sigue existiendo al interior de la
militancia, y es plausible que ciertos privilegios sirvan para atesorar pasiones. El peligro es
volverse una coleccionista de relaciones y construir una vitrina de trofeos de amores expuestos. La
economía libidinal basada en la compulsión a tener y a no renunciar a nada, al querer más, retorna a
cuál womberang con la imagen de un hipermayorista con miles de mercancías a disposición. La
lógica de escasees y privación está al servicio de este sistema capitalista que nos envuelve y nos
empuja a querer siempre más. Y por ello me pregunto si este tipo de prerrogativas hoy en día no
puede resultar un acontecimiento social propio de la acumulación de cuerpos y experiencias
descartables que alimentan el ego absolutamente liberal. ¿Acaso optar por renunciar a esa
compulsión que nos empuja a tener siempre cada vez más no puede ser entendido también como
anticapitalista?
[1] Artículo escrito para el encuentro Degenerando, Facultad de Económicas, UBA, Bs. As., Mayo
2014

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