miércoles, 25 de septiembre de 2013

Obama en cana. Nota 13 de septiembre

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VIERNES, 13 DE SEPTIEMBRE DE 2013

Obama en cana

Impossibility Now, un manifiesto audiovisual que circula por YouTube, es obra de Dean Spade, activista trans, fundador del colectivo Sylvia Rivera Project, que da asesoramiento gratuito a personas criminalizadas por género, clase y raza.

 Por Magdalena De Santo
En términos audiovisuales el video es sencillo: sobre el discurso textual de Dean Spade se montan imágenes alusivas. Por un lado, lo vemos hablando rápido por la calle, mientras distintas instituciones de encierro sirven como telón de fondo. Por otro lado, pero simultáneamente, se trafican imágenes fijas del capitalismo yanqui con gráficos que descubren la fachada integracionista que impulsa Barack Obama. La simpleza visual contrasta con los números de hambre, deportación, guerra y criminalizaciones varias.
El comunicado es poderoso y tiene el rostro de un varón trans que propone: detener las leyes anti-pandillas, desincriminar el trabajo sexual y el uso de drogas, detener a las fuerzas policiales, las agencias de inmigración y las leyes de multirreincidencia. Además, insiste en nuevas estrategias contra la violencia –por ejemplo, que no se reduzca a condenar con más violencia los crímenes de odio–, otro sistema de salud que no normalice cuerpos y alternativas a los sistemas alimentarios tan monopólicos como chatarra.
La activista Morganita, en uno de sus incontables fanzines, tradujo Sus leyes nunca nos harán más segurxs, del propio Dean Spade, donde expone en detalle cómo la sociedad yanqui soluciona sus problemas: en Norteamérica tienen al 5 por ciento de la población mundial encerrada. Sólo en ese país tienen al 25 por ciento de lxs prisonerxs del mundo y, entre ellos, más del 60 por ciento son personas de color. Esto es, la expulsión de ciertas personas sigue siendo la base para construir su blanquito mundo.
En este contexto desolador Spade pone en tela de juicio las campañas de derechos gays, lésbicos y bisexuales mejor financiadas y difundidas por el imperio. Para él, la Human Rights Campaign no sólo difunde “igualdad” e “integración” sino que trafica confianza generalizada en instituciones estatales que no dejan de ser centros de violencia racista, misógina, homofóbica y transfóbica: “Dicho marco solicita a las personas gays y lesbianas ser la nueva cara de la presunta equidad y liberalismo de los EE.UU., sentirse emocionados de pelear en sus guerras, moldeando nuestras vidas alrededor de sus normas de formación familiar y expandiendo sus códigos criminales en nuestros nombres”. La verdad parece tautológica porque “un policía es un policía”.

ASEXUALES: A la letra que faltaba. Nota de tapa 6 de septiembre

VIERNES, 6 DE SEPTIEMBRE DE 2013
soy

Preferiría no hacerlo

Tapa soyHacer deporte, comer sano y una vida sexual activa aparecen como ingredientes básicos en la receta contemporánea del bienestar y el éxito. Amor y buen sexo, matrimonio y consumado, vienen juntos o no vienen. Pasar el parte de con cuántxs “lo hiciste”, cuántas veces, o sufrir por lo que te está faltando es un trámite común a heterosexuales y al resto del mundo. Personas que no sienten atracción sexual siempre existieron, sólo que ahora deciden correrse del consultorio médico o psiquiátrico, y además conectarse. La asexualidad como factor aglutinante de una comunidad que exige su lugar en la sigla tiene una historia bastante breve. ¿Será un respiro disidente a la omnipresencia de lo sexual? o, al revés, ¿compulsión a seguir hablando de eso, aun cuando no pasa nada?

 Por Magdalena De Santo
Personas que no se tocan ni con un palo, parejas que duermen separadas, jóvenes que se aburren de las charlas sobre levantes, vírgenes que no les importa, gente que elige vivir su cuerpo como no disponible a la práctica sexual. Se aman, pueden soñar con hijxs, pueden ser seductorxs, eternamente enamoradxs, incluso onanistas, voyeuristas y fetichistas, todo eso, sí, pero sin ganas de intimar sexualmente con alguien. Así habitan en la omisión que les propicia el prefijo privativo “A” para retirarse del imperativo sexual. Se identifican como asexuales.
Facundo recuerda con pesar su salida del armario: “En la universidad cometí el error de decir que era virgen. Desde entonces llevé el estigma para ser el chiste fácil”. Quique, para no ser tildado de loser, tuvo relaciones sexuales sólo para cumplir con sus compromisos maritales. Pero no quería; básicamente tenía fiaca: “La sociedad entera va camino a la asexualidad”. Impulso evolucionista y raro. Quique amplía su reclamo cuando señala que “la medición de cualidad y calidad de las relaciones las proporciona el sexo y no debiera ser así”. De hecho es muy difícil distinguir pareja de amistad cuando no es el sexo el que impone los límites. Los varones parecen acordar que su rol de machos sexuales es una presión social demasiado pesada. Aunque también encontramos al asexual con discurso alfa. Sergio es “el más respetuoso con las mujeres porque no las trata para tener sexo”.
Entre las mujeres, el espectro va desde casos trágicos de solteras crónicas –las mal llamadas solteronas– hasta las más poliamorosas y alegres. Marta en su momento pensó que su inapetencia provenía de un posible lesbianismo mal encaminado, pero finalmente descubrió que quiere ser madre y tener pareja estable con un tipo, aunque le repele la idea de tener intimidad. Para explicar su experiencia recurre a la metáfora culinaria “podés no comer torta de chocolate porque estás a dieta o simplemente porque no te gusta”. Los discursos más festivos se acercan a la parafilia (experiencias de placer que no se centran en la cópula). Marina, una joven colombiana, mantiene varias relaciones sensuales simultáneamente y se hiperexcita mirando, escuchando, pero sin tocar. De personas trans e intersex asexuales, ni noticias.

Experiencia ameba

Aparentemente, la asexualidad como movimiento identitario surge con una tribu urbana japonesa, vinculada con chicos nipones herbívoros que formaron una subcultura hace menos de una década. Ellos declaraban su aversión por el trabajo y el sexo. En 2001, David Jay –un hombre fornido, estadounidense y nacido en los ’80– fundó AVEN (Asexual Visibility and Education Network), vendiendo remeras con slogans como “Asexualidad: ya no es más sólo para amebas”. Y en los últimos años, celebridades como Janeane Garofalo, Morrissey y Deerhunter se declararon públicamente asexuales. La asexualidad tiene ya los años suficientes como para haber creado sus propios estereotipos (como el protagonista de Doctor Who, por ejemplo).
La comunidad virtual AVEN es el sitio web oficial que los recoge (mejor dicho, acoge). Allí hay foros, salas de debate, videos, artículos, encuestas, iconografía –la bandera de franjas negra, gris, blanca y violeta– y una cantidad de consignas bien variadas. La página en su versión hispana (AVENes), revela que la mayoría de asexuales son mujeres inscriptas al nacer, con estudios universitarios, sin religión y que se consideran hétero sin sexo. ¿Serán una versión 2.0 de las feministas de los ’80 antisexo? Johanna Villamil, responsable de la plataforma virtual de habla hispana, sostiene que en la web conviven tres objetivos: “El primero es tener un lugar de encuentro para nosotros, donde podamos conocer a más personas y crecer como comunidad. El segundo es tener un espacio de educación para nosotros, los que nos rodean y para quienes estén interesados. Y la tercera es la visibilidad de nuestra comunidad hacia la sociedad”.
En las redes sociales también están presentes. En la comunidad “Soy asexual y qué” encontramos distintas estrategias discursivas; desde las más esencialistas: “No sufrí de abusos sexuales cuando chic@, tampoco ando decepcionad@ de las relaciones, nací así, soy así”. O las que se encuentran en casi todo activismo: “La asexualidad es la orientación sexual que más discriminación recibe, principalmente porque no es ni siquiera aceptada como algo real”. Acá, la típica lucha interna por quién sufre más también está presente. La ecuación del marginal se aminora con otras consignas más pedagógicas: “Ser asexual es la falta de interés, tu cuerpo funciona de la misma manera que el cuerpo de cualquier sexual, puede recibir placer con igual facilidad, pero lo que te hace asexual es que sencillamente no te interesa hacerlo”. O sea, parecen reconocer que los cuerpos son sexuados.
En todas las consignas subyace una crítica al paradigma psi que tan hondo caló en nuestra cultura. Es que la asexualidad dispara sobre el corazón mismo de la psicología, la psiquiatría, la sexología y las infinitas narrativas que prescriben el contenido de una vida sexual normal. No se trata de represión, dicen lxs asexuales, ni de fobia, ni de ninguna de las formas que toma el discurso patologizante. Tampoco un tipo de enfermedad mental o trastorno de deseo sexual hipoactivo (uno de los trastornos de enfermedad mental vinculado con la inapetencia sexual eventual que se les achaca). No son antisexo, dicen, no tienen revulsión, rechazo ni asco, menos que menos están guiados por una causa religiosa: no son célibes, aunque parezcan angelitos.
La teórica Eve Kosofsky Sedwick, en su célebre introducción de Epistemología del armario, reconoce la poca imaginación clasificatoria para entender la sexualidad. Así, de un tiempo a esta parte, la necesidad de utilizar etiquetas distintivas es una política propia del activismo multicolor, justamente para no quedarnos atrapadxs en un vacío de reconocimiento mutuo y dejar de dar por supuesto lo que la heterosexualidad enseña: la proliferación de categorías parece ser un hábito propio de nuestra era que, por su parte, el sistema capitalista bien sabe absorber.
En estos esfuerzos taxonómicos no sólo emergen asexuales sino una subdivisión interna entre dos grandes grupos: asexuales románticxs y arrománticxs. Entre lxs románticxs, existen asexuales bi-románticxs, homo–románticx y hétero-románticx, incluso también están con preferencias monógamas o poliamorosas. Llama profundamente la atención que utilicen el término “romántico” para aludir a la elección de su objeto de ternura. Los arrománticxs directamente no sienten ningún tipo de atracción sensual por nadie. Todo el abanico de preferencias se incluye en la A, pero nunca en la cama.

Dame la A, ¿te doy la A?

Las incesantes dudas emergen: si la atracción sexual no es necesariamente genital, ¿cómo es que hablan de inclinación romántica? ¿Acaso el deseo sensual y la excitación con algunas personas no sería también un tipo de inclinación sexual? Quizá la disputa radica en que “sexo” se dice de muchas maneras. Parece que la asexualidad es ante todo agenitalidad. Partidarios de maneras alternativas de hacer el amor –nunca mejor dicho–, lxs asexuales románticxs eligen variaciones y nuevos repertorios para las conductas eróticas que excluyen el uso de sus genitales.
Por otro lado, gran parte de las críticas hacia asexuales se comparten con las esgrimidas al colectivo lgtb. Hagamos la prueba y reemplacemos la asexualidad por otra identidad disidente. Por ejemplo, “si todos fueran asexuales, se acabaría la especie humana”. ¿No te suena? La máxima universal como criterio moral no hace otra cosa que tachar nuestra singularidad (mientras los kantianos se retuercen). También se oyen voces que pretenden desestabilizar la utilización de la categoría con comentarios autoevidentes tales como: “No sabés lo que te va a ocurrir en cinco años, no podés definirte ahora”. ¿Nunca te la dijeron? O la persuasiva: “No diste con la persona indicada. Si probaras conmigo, se te pasaría”, que no convencen ni al loro.
La genealogía de personas asexuales también coincide bastante con varios de los hitos gay. Morrissey, el cantante de The Smiths, es conocido por sus odas a los fracasos del amor. “Pretty Girls Make Graves” o “Will Never Marry” parecen dar cuenta tanto de su homoerotismo como de su dificultad para intimar. Ambas canciones bien podrían ser himnos asexuales. Otra de las figuras que los asexuales se apropian es, ni más ni menos, Andy Warhol. Si bien los biógrafos del rey del pop lo desmienten, el libro de Warhol Mi filosofía de la A a B y de B a A parece ser motivo de identificación asexual, ante todo, por cómo se vincula afectivamente sin contacto carnal hasta el paroxismo. La obsesión del artista por la belleza humana, la reconfiguración de modelos para amar, su voyerismo, son también estandartes del movimiento A. Ellxs, asexuales, reclaman su pertenencia en el colectivo de diversidad sexual, y no sólo como parte del largo etcétera que acompaña la sigla lgtb.

Activismo empieza con A

María Eugenia Martí es activista asexual, miembro del Programa Universitario de Diversidad Sexual de Rosario, profesora de Letras promiscua, pero en sus estudios: investiga en los campos de la lírica erótica, la comedia latina, género y políticas lingüísticas.

¿Qué es la asexualidad?

–Básicamente se relaciona con la ausencia de prácticas sexuales. Va desde la carencia absoluta de atracción sexual hasta formas varias de deseo que pueden no concretarse necesariamente en actos físicos, pero que no implican tampoco la inhibición o represión de las relaciones emocionales. Puede haber orientación romántica sin que haya deseo sexual. Existen otras formas de afectividad posibles. No creo que pueda existir una definición singular en cualquier formulación que implique al cuerpo, al deseo y desemboque en alguna forma de posición identitaria. La asexualidad está atravesada, justamente, por distintas gradaciones, variaciones y fugas que demuestran esa complejidad y movilidad. Tal vez lo más importante sea cierta negación a tomar como imperativo categórico la necesidad del sexo como aquello que hace a la vida “sana”.

A veces me resulta difícil entender la asexualidad porque no sé bien qué sexualidad es la que no se pone en juego. ¿Cómo es el deseo de una persona asexual? Además, ¿hay franela? ¿Caricias?

–Las formas de contacto o intercambio corporal posibles para las personas asexuales dependen de cada caso. No hay reglas universales. La afectividad siempre está presente, como puede estarlo el amor. Hay personas asexuales que forman pareja. Yo no tengo más que amores imaginarios. No puedo hablar por todos los asexuales, pero para mí el deseo opera de manera potencial. Una respuesta común a mi asexualidad es “no sabés lo que te perdés”. Sí lo sé. Alguna vez tuve una vida sexual. Pero me convertí en “Bartebly de la sexualidad”. No pasa por desconocimiento o incapacidad de placer. Pasa porque “preferiría no hacerlo”.

Pensaba también en el caso de mujeres jóvenes cuya asexualidad puede estar bien vista hasta que maduran y la obligatoriedad sexual y el imperativo reproductivo las acorrala. Pensaba en las tradicionales figuras de las personas célibes, solteronas, las frígidas, de los eunucos o castrados.

–Algunas de las denominaciones que mencionás refieren a constructos discursivos sociales, hasta cierto punto “monstruosos”, que operan como trasfondo de la concepción patologizante y discriminatoria de la asexualidad. Se trata de personajes que, por infringir los imperativos de una sexualidad reproductiva, normalizada y normativa, se entienden como fallos del sistema. Estos personajes son constructos discursivos, seres abyectos producidos por las concepciones cotidianas. Particularmente se asocia muchas veces a los sujetos femeninos no sexuales con las “mal cogidas”, las “frígidas”, las “histéricas”, denominaciones que responden a una estigmatización de la sexualidad femenina. Por no estar sujetas a prácticas sexuales productivas, se las considera una categoría inferior de sujetos.

¿Por qué te parece relevante que la asexualidad se reconozca como una identidad sexual? Vos mencionabas las marchas del orgullo en Los Angeles y NY, que ubican la A dentro de los largos etcéteras que acompañan la sigla. ¿En dónde radica la insistencia de estar incluidos? ¿Cuáles son los reclamos que se comparten con la comunidad?

–Todo reclamo de reconocimiento tiene que ver con un intento de construir una forma de legibilidad y legitimidad social que permita emerger del silenciamiento. En mi caso personal, la experiencia cotidiana de decirme asexual se relaciona con la irrealidad. La reacción invariable que obtengo cada vez que me pronuncio asexual es de incredulidad. Por eso suelo tratar de explicarlo mediante una equivalencia: andar por la vida diciendo “soy asexual” se siente como ir por la vida diciendo “soy un unicornio”. La asexualidad produce extrañamiento incluso para las personas que se identifican con sexualidades disidentes y están ajenas al discurso heteronormativo. Creo que pasa porque la ausencia de sexo en la vida de las personas suele ser adjudicada a diversas formas de una supuesta “represión”, explicada a partir de difusas razones patológicas o entendida simplemente como falla relacional. El problema tal vez sea que con la A se trata de una autoafirmación negativa, de un esfuerzo por visibilizar una ausencia.

¿La ausencia de sexo entendido como la pluma con la que se dibujan los casilleros?

–Las comunidades asexuales sólo tienen historia reciente, hasta donde sé, y su accionar apunta a romper el vacío y el silencio desde el cual se suele habitar la asexualidad, y a contrarrestar los discursos que la describen como enfermedad o deficiencia. Se asocian a otros movimientos de diversidad, creo, por constituirse como disidencia sexual. De todas maneras, pienso que es importante también tener en cuenta que la asexualidad reviste otra potencialidad política fundamental, ya que se puede plantear como forma de habitar el mundo que es resistente a las clasificaciones definitivas, que constantemente cuestiona las categorías inamovibles y absolutas de lo humano y que, al mismo tiempo, pone en evidencia las construcciones discursivas que crean al sexo como absoluto esencial de nuestra existencia.
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Vecinas sin guerra. Nota 6 de septiembre

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VIERNES, 6 DE SEPTIEMBRE DE 2013
PIQUITO A POCO

Vecinas sin guerra

Gays y lesbianas, en ese orden, van brotando como repollos en las ficciones de la televisión argentina. Eso sí: se hacen rogar para el beso y cuando besan van con lengua de plomo.

 Por Magdalena De Santo
El artículo de Alejandro Modarelli publicado en este suplemento semanas atrás analizaba el tratamiento de la homosexualidad en Farsantes con mirada cálida. Observaba el retorno de la homosexualidad barrial entre chongos o aquello de corte platónico donde maestro y discípulo recorren los variados matices del intercambio erótico. Bueno, yo no le llego ni a los talones a Modarelli, ni a su prosa, ni a su comprensión del mundo trolo. ¿Será por eso que me toca escribir sobre dos minitas que emergieron, cual manotazo de ahogado, a lo largo de estos últimos episodios en Vecinos en guerra?
Competencia desfavorecida ante Farsantes, la tira diaria de Telefe tiene la trama principal un poquito desdibujada: no se sabe bien de qué va y las historias secundarias parecen tomar la delantera. Dos caras bonitas, de sexualidad inefable (presuntamente bisexual) son parte de la operatoria de rescate. La estupidez publicitaria infla el acontecimiento. Se viene un prometedor “beso hot”. Es la marca de toda telenovela: una mujer ocupando el lugar de la hermosa y bobona manzana de la discordia. Para eso cayó el personaje de Valeria (Natalie Pérez) y, de paso, para avivar los conflictos de la tira. Provinciana trepadora, competitiva, cizañera y oportunista, con una actuación bastante mediocre, histeriquea sin distinción de género. Aparentemente está enamorada de un flaco (Lucas), pero al mismo tiempo seduce a su inocente nueva amiga. Así es como el trabajo de Natalie Pérez da cuerpo a una caricatura recurrente de la bisexualidad: la guacha egoísta rompecorazones. La otra es Agustina (Sabrina Fogolini), personaje post-adolescente cool en transición a lesbiana. Hundida en la timidez, pero liberada del corpiño, no sabe qué le está pasando. Falta a sus clases y enmudece cada vez que alguien la interpela directamente. Finalmente, ante el interrogatorio de su amiga hétero comprensiva, sale del closet: “No es que me gustan las chicas, me gusta Valeria”. ¡Oh! Agustina se enamoró de un ser, independientemente de las tetas enormes que tiene. Jamás las malas palabras: bisexualidad o lesbianismo. Sólo el eufemismo del gusto por una –y única– chica.
Después de la presentación de personajes, llega la escena tan anunciada (que puede llamar la atención sólo a dos o tres menos que pajeros): las jóvenes bellezas miran una película tiradas en el sillón, comentan lo bueno que está el actor, ríen, se divierten, hasta que Agustina se hace cargo de su deseo y acerca tímidamente su boca –a través de una cortina de pelo de brushing– a la de Valeria. Esta recibe el piquito, pero inmediatamente se arrepiente y pide disculpas.
He allí el beso hot. Sí, éste es todo el beso hot y la revelación de Fogolini que anuncian los medios. Por suerte, recientemente aclaró que tiene un novio contenedor, no vaya a ser cosa que a alguna degenerada se le caiga la bombacha ante tanto exabrupto ficcional. ¡Impresionante beso entre mujeres! Erección de clítoris y penes a montones, labios vaginales aplauden de pie semejante desborde de actuación... fuerza Sebastián Ortega... con un poquito más ya casi llegamos.

Decorar la torta. Nota 30 de agosto

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VIERNES, 30 DE AGOSTO DE 2013
TEATRO > LESBIANAS A LA VISTA

Decorar la torta


 Por Magdalena De Santo
Perfecto. Tengo que ir al Teatro Sarmiento, al lindo Teatro Sarmiento, donde a veces se escuchan los loritos cantar detrás del escenario. Para mi sorpresa, el Complejo Teatral de Buenos Aires en su paulatino pero ineludible vaciamiento privatista, me escatima el programa, que es una fotocopia blanco y negro con los eslóganes de telefonía móvil, universidad privada, etcétera. Había visto el gran estreno de Cineastas en Bruselas, en fotos, por supuesto. La escenografía de Mariana Tirante me conmueve, las luces de Le Roux también. Empieza la obra. El relato de la vida de Gabriel, el cineasta moribundo en secreto. Sigue la obra con la vida de Mariela, una cuarentona documentalista de musicales rusos. Otra más, la directora y guionista lesbiana, Nadia, hija de padre desaparecido. Por último, Lucas, empleado de McDonald’s, cineasta lumpen independiente. Doble caja. En las alturas se tejen las películas que los artistas están creando; al nivel del piso, sus biografías en un juego cíclico y simultáneo.
La obra está buenísima. El tema: la inseparabilidad de las esferas ficción/realidad, o mejor dicho, las ficciones que vivimos cotidianamente. Los procedimientos ya son marca registrada del autor: mixtura de lenguajes (narrativo, teatral y cinematográfico), despersonalización de personajes secundarios, utilero en escena, relato amplificado con micrófono, dramaturgia textual de lo sobredicho. No se contrabandea como en el teatro más clásico y representacional, por el contrario, se imprime sobre lo que una ve. A su vez, el meta-tema parece ser los padecimientos varios, caminos oblicuos que se transitan al crear una obra. Como sea, la singularidad de cada historia es el gancho para espectar profundidades que se habilitan sólo a través de lo superfluo.
¿Lesbianismo pour la galerie? La particularidad de la vida de Nadia se inaugura con los golpes a una bolsa de boxeo azul. Está en pareja con la iluminadora de su película. Pero su lesbianismo emerge como un detalle de color que no sedimenta, ni modifica la trama. Las otras especificidades narrativas sí, cada excusa hace al tejido narrativo. Ante todo, las vinculaciones heterosexuales vertebran progresivamente la vida de los personajes. ¿Será que el lesbianismo está allí como adorno periférico, como atractivo snob? O quizá, simplemente, hemos llegamos al punto en que se ha normalizado hasta que pasa inadvertidamente como un florero.
Cineastas. Jueves, viernes y sábados a las 21, domingos a las 20, Teatro Sarmiento, Av. Sarmiento 2715.

Amar sin mirar a quien. Nota 23 de agosto

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VIERNES, 23 DE AGOSTO DE 2013
MI MUNDO

Amar sin mirar a quien

Con apellido de vedette y nombre de vecina española, Maruja Bustamante va abriéndose paso, siempre en sentido inverso o ligeramente desviado a fuerza de encanto, ojos de gata y talento. La dramaturga y actriz, junto con su amor imposible Iti el Hermoso, protagoniza un biodrama de Vivi Tellas: Maruja enamorada. La erotomanía y la construcción de la identidad a partir del amor o el desamor aparecen entre canciones, rimas ridículas y confesiones.

 Por  Magdalena De Santo
En la era de la espectacularización del yo, la figura de Maruja parece más bien una oda al fracaso exitoso, que no se victimiza sino que se potencia y se convierte en obra. Al igual que en una toma de Aikido –que aprovecha la sinergia a su favor– o la estrategia típicamente queer –que utiliza el estigma doloroso para resignificarlo–, la marginalidad que pudo haber obturado a Maruja, por lo gorda y lo fantasiosa, termina siendo una nueva ocasión para el encuentro afectivo: habita ese looser que todas intentamos esconder y lo reconvierte en motivo de un espectáculo. Además, encontramos a una Maruja distinta de la torta simbiótica que nos hizo creer que era –especialmente con la serie lésbica que circuló en la web, Plan V– porque a través de Maruja enamorada la ecuación del closet parece haberse invertido y se revela con el grito insistente de: “¡Soy erotómana!”.
Hablemos, entonces, de las ficciones cotidianas que retornan al escenario; de dos mujeres irreverentes que parecen inyectarse esa droga que se llama amor. Hablemos de amor, de la imprevisibilidad, del eterno volver a comenzar, de lo único y, al mismo tiempo, repetitivo que contiene, de los límites borrosos de sus señales, de las fantasías y más: hablemos de una posible vuelta de tuerca a la tragedia del amor no correspondido. Como dijo la sabia y bisexual Kate Millet: “El amor es el opio de las mujeres”.
Casi siempre inefable cuando se trata de amor, el tema de Maruja enamorada es la erotomanía, con música en vivo del dúo Te Amo (Iti el Hermoso y Maruja) y un convite final para charlar y tomarse alguna copita. A expectar, entonces, cómo llora el corazón palpitante de Maruja.

¿Cómo surge Maruja enamorada?

Maruja: Me pasó una cosa extrema con un chico. Era un limbo de fantasías. Y pensé que me tenía que salvar porque era una locura. Primero, escribí una obra –porque en general yo trato de llevarlo todo ahí– y mi profesor de ese momento, Horacio Banega, me dijo que con todo ese material tenía que ir con la madre del biodrama, Vivi Tellas. Y justo me llegó la información de que ella hacía un curso de verano, una especie de supervisión para poder aprender a hacer un biodrama, y fui.

¿Qué es esto de la erotomanía?

M.: Surgió del amor no correspondido, de encontrarles otra vuelta a tantos amores no correspondidos. Y así encontré esta especie de psicosis que es la erotomanía. Empecé a creer que yo era erotómana, empecé a estudiarlo seriamente, le preguntaba a mi psicólogo. Aunque él se ría un poco, yo pienso que soy erotómana. Los casos más comunes de erotomanía son los que se dan entre las fans y sus ídolos. Pero también hay casos de “creo que el vecino está enamorado perdidamente de mí”.
Vivi: Y entonces empezás a leer todas las señales. Ves señales por todos lados que indican que está perdido por vos, me saludó de esta manera, me trajo el diario, me dijo hola: cualquier cosa es una señal de amor.
M.: Siempre cuento la historia de la erotómana de Joaquín Sabina. La mujer interceptó una entrevista que le estaban mandando por mail a su ídolo y la contestó por él. Una de las preguntas era qué lo motivaba a hacer canciones. Y la erotómana puso que era el amor que sentía por ella, que ella era la razón de su vida: la mujer mandó una falsa entrevista para demostrar a sus amigos que realmente Sabina estaba enamorado de ella.
V.: Por eso, es una forma que da directamente a la ficción. Si te querés dedicar a la ficción podés empezar a creer que sos erotómana y escribir. Es que el estado amatorio es una fantasía total, incluso cuando se construye con otra persona. La erotomanía, en este caso, también es la ficción que nos permite entrar en la ficción, que permite armar una ficción sobre vos mismo. Con gente de teatro también es bastante más sencillo entrar en la ficción. Digo, la erotomanía también es una construcción.

¿Cómo estructuraron la obra?

V.: Un poco la estructura de la obra empezó a armarse con los novios: primer novio, novio número dos, novio número tres. Justamente porque empezamos con esta idea, sin un texto previo. Lo vamos construyendo entre las dos, como una reconstrucción. Y llegamos hasta el último novio.
M.: Trabajamos los amores desde la edad que me acuerdo las cosas, desde los tres años, hasta la persona que decidí hacerle una obra, mi último amor.
V: En ese último se ve más claramente esta erotomanía. Es un momento interesante porque es cuando ella se convierte en directora y dramaturga. Ahí la vemos dirigir una obra. Es un poco la escena reveladora de lo oculto, una especie de Hamlet en el que, en un pedacito de obra, se ve la verdad: en la ficción se ve la verdad. También en la obra hay bastante música, hay canciones del grupo Te Amo, canciones que ella dedicó a los distintos amores a lo largo de su vida.
M.: También hay algo muy ficcional en los pequeños relatos que hay dentro de la obra porque juntamos el principio con el final de cada relación, como si eso condensara todo.
V.: Por eso tenemos la hipótesis de que el amor en su punto más alto, donde te parece que ahí va a empezar el amor, termina. Es trágico.
M.: ¡Como yo!
V.: Y sí, con Maruja enamorada se va tejiendo quién es hoy Maruja, y también quién soy yo.

¿Y cómo la están pasando en el proceso de los ensayos?

V.: Es emocionante, lloramos. Es muy para llorar de emoción.
M.: Movilizante. Al principio yo paraba porque había momentos en que Iti –que es el músico que hace de todos mis novios– sin querer decía o hacía algo que me recreaba exactamente el momento o la imagen que yo tengo de ese amor. Y no lo podía creer, algo se estaba produciendo de nuevo. Pienso a veces que actué bien y otras que hubiera actuado diferente.

¿Encontrás que esta especie de erotomanía se relaciona con tu cuerpo?

M.: Puede ser, de a poco fue. Cuando yo era mucho más chica, era más libre, sin pensar esas cosas. De repente llegó un momento en que todo empezó a ponerse en otra zona. No sé cuándo empezó esta especie de erotomanía, si empezó tarde, si la descubrí más tarde, si estuvo siempre.... Mi papá me daba de comer mucho. Mi papá trabajaba en un restaurante, y dijo que él me quería, que me cuidó, me amó mucho y me daba panchitos. Me daba comida. “La engordé –dijo–, yo la engordé.” Algo de eso puede haber también, hay algo con mi papá que es terrible, todo fue mi papá, me crió él, fueron mi mamá y mi papá...

¿Y cómo vivís tu sexualidad? ¿Con qué sexualidad te identificás?

M.: El rechazo te hace un poco parca. A veces, se conectan conmigo de una manera espiritual, pero como que mi cuerpo no condice. Sin embargo, cada vez que viví la sexualidad puntualmente, la viví bien. Fueron personas que pudieron atravesar y disfrutarme completa. Cuando yo no siento eso, también me siento insegura y pongo trabas. Si tuviese que definirme dentro de las palabras que existen y se utilizan, elegiría bisexual. Una vez le dije a un amigo que yo soy no-heterosexual porque todo lo que representa la heterosexualidad no me representa demasiado. Por sobre todo me considero y soy Pajarera: la simpática gorda que los putos aman y a quienes ella también ama y protege con locura. Esta condición es la que me hizo siempre parte del colectivo lgtb.

Vivi, ¿qué se elige de espectacular en el recorte de la biografía amorosa?

V.: Pienso teatralmente en la repetición. Si hay un vestuario, si hay una música, un texto que se repite... Pero, sobre todo, si hay momentos que se consideran únicos. Me interesan esos momentos que decís “esto me pasó solamente a mí”, por más que sea una idea de ficción eso que sentís, busco eso singular. Siempre queremos ver, al menos yo y muchos de los que hacemos teatro, momentos únicos y no las cosas que podemos conseguir por Internet o ver en la tele. Queremos que se produzca algo bastante único.
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