jueves, 21 de abril de 2016

Pepa de amor, 11 de marzo

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VIERNES, 11 DE MARZO DE 2016

Pepa de Amor

A seis años del crimen de Pepa Gaitán, asesinada por lesbiana, una reflexión sobre el odio y su poder disciplinador. Una reflexión sobre la resistencia y su poder de cambio.
 Por Magdalena De Santo

Asesinato ejemplificador para las marimacho de la nación.

Sin palabras se disciplina a quemarropa y en el cuerpo de la víctima se inscribe un mensaje claro: si sos poco femenina y encima torta, no te metas con nadie porque así vas a quedar. Muerta. Matar es también inculcar un miedo extensivo a la comunidad, un correctivo medieval que introyecta valores de un único deber ser. Así como de un tiro se matan dos pájaros, el dogmatismo violento asesina a la Pepa y amenaza al resto. Con balas el temor se nos instala indeleble entre la piel y las uñas que, con esfuerzo, nos empeñamos en mantener cortas.
A Pepa la asesinaron por lesbiana marimacho. Por chonga masculina pobre. Podría tipificarse el delito como lesbicidio, y, aunque muchos puedan reírse, de marimachicidio. Pero en el juicio apenas se reconoció como agravante su condición de mujer: se lo trató en términos de feminicidio. Fue entonces que Daniel Torres fue imputado a catorce años de prisión por homicidio simple agravado por uso de armas de fuego.
Pero a Pepa le arrancaron la vida también en vida. Una carga de condenas pesaba sobre sus dos hombros erguidos. Soñaba con un trabajo en blanco, que nunca tuvo. Soñaba entrar a un boliche sin ser señalada. Soñaba que la policía no la detuviera y con mirada incisiva e incrédula sospechara ¿qué sos? ¿qué sos? La mamá lo expone con crudeza: “La Nati ya ni iba a los boliches porque se cansaba de que la discriminaran en la calle. Prefería quedarse acá, con la familia, tomarse unas cervezas con las amigas o las novias, porque nosotros desde que nos dimos cuenta ya no la jodimos más. ¡Pero sabés las veces que nos ha parado la policía! ¡Se gastaban los codos entre ellos mirándole el documento y mirándola a ella! ‘¿Qué? ¿Nunca viste una mujer macho?’, les decía yo mientras ella se hacía la que estaba en otra cosa, mirando el celular. Una aprende, aprende a la fuerza. La Nati ya a los 12 años empezó con eso de cortarse el pelo, de hacer todo lo contrario a lo que hacen las nenas. Con mi marido decíamos, bueno, será una machorra, hasta que quiso suicidarse, no una vez sino tres veces seguidas. Y ahí estuvo internada en un psiquiátrico para niños como tres meses. Después seguimos con la psicóloga como un año, que decía puras pavadas. Hasta que yo un día me di cuenta y le dije a mi marido: ‘¿Querés que te diga una cosa, José? La Nati no es una nena, mi hija es un varón’.”
La Pepa bien podría haber sido varón trans al que no le llegó, en esa Córdoba pobre y profunda. Quizá hubiera sido varón reconocido jurídicamente gracias a la ley de identidad de género que llegó dos años después de su asesinato. Quizá no. Es que allí nos quedamos con el vacío de la especulación, hipotetizando sobre contrafácticos porque un crimen de odio arrebató cualquier horizonte de posibilidad. Lo que los hechos muestran es que fue hostigada por los tipos por ocupar un lugar indebido, tratada por instituciones jurídicas, médicas, educativas y psicológicas como enfermita y atravesada por la violencia estructural de la pobreza y el desempleo que acecha nuestro territorio.
“Nosotros luchamos mucho con mi hermana en el barrio. Porque la discriminaban mucho. Ella se hacía querer muy mucho, era muy entradora la gorda –yo le digo la gorda de cariño, porque era una gorda hermosa–, pero tenía sus bajones. Su sueño era tener un trabajo en blanco y eso parecía imposible, porque la veían y listo, ya no la llamaban más. Uno quiere pensar que no es por eso. Pero yo trabajé en una empresa y empezaron a tomar mujeres para barrer el pasto después que lo cortaban en las veredas. Y le dije al jefe de mi hermana y me dijo que sí, que por supuesto. Y cuando la vio ya no la tomó. Me dolió tanto, porque fue en mi cara, que dejé de trabajar ahí”, dijo Mauricio, uno de los hermanos de Pepa, frente al tribunal.
El movimiento lésbico nacional reconoce en la Pepa su bandera.Este 7 de marzo se marchó por la visibilidad, una de las formas de contrarestar el odio y de imponer las vidas. En la calle, en las casas. Un día antes de conmemorar el Día de la Mujer Trabajadora, la historia nos recuerda que las machonas empobrecidas del país siguen luchando por sobrevivir.

miércoles, 20 de abril de 2016

Carne de cañon, 8 de abril 2016

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VIERNES, 8 DE ABRIL DE 2016
TEATRO

Carne de cañón

En Bufarra, de Eugenio Soto, un tradicional asado de domingo es el telón de fondo de la historia de un abusador. Pero también de una redención: un niño queer, último orejón de la mesa familiar, invierte la dinámica de la violencia.
 Por Magdalena De Santo
La puesta en escena comienza con el olor que se mete por las fosas nasales. Es el ritual dominguero donde la carne nacional expuesta se quema a fuego lento en la parrilla. Participamos del doble ritual: asado y teatro. Y comienza la acción. Quien da oxígeno al fuego hará lo imposible por alojar, con complicidad bienintencionada, al bufarra. La mujer, Susana (Leilen Araudo) se niega a compartir la mesa. Entonces, serán los machitos argentinos los que degluten una y otra vez las carnes tiernas e inocentes. Ella, sin embargo, busca consuelo en los brazos del carnicero (Darío Pianelli). Quien dispone las carnes y aviva el fuego con ímpetu es Vicente (Martin Mir), que con la sensibilidad del buen tipo común de familia dispone la escena para la tragedia. Y el bufarreta, evidentemente el bufarreta, es quien se come el chorizo caliente. Bufarra, mote lunfardo que constata una cultura de violadores de niños y niñas es sostenido por la solidaridad de los de su género. Así, El Matadero de Esteban Echeverría se reconstruye en el nuevo milenio en la escena de un patio real.
Con una dramaturgia sofisticada y crítica, la puesta en escena al aire libre de Bufarra, bajo la dirección y texto de Eugenio Soto, en una suerte de grotesco contemporáneo que despliega una realidad hiriente de la hetero masculinidad conurbana. Bufarra, violín que le gusta penetrar y no ser penetrado y acusa de maricón a cualquiera que no dispare su arma asesina a la ingenuidad o libertad ajena, consumidor adicto de su mema –el whisky- y mamón de su madrecita, anticipa lo anunciado desde el título. Llamativa operación que funciona con eficiencia: el/la espectador/a con esperanza ingenua se siente impulsado/a a negar que lo indefectible va ocurrir. Pero ocurre. Y la víctima es el niño queer que con canto afinado de una de Ricky Martin entreteje una risotada que revela la persistente homofobia del público general. Este bufarra, Silvio (Facundo Cardosi) peronista de derecha, cocainómano empedernido, sucio presentador de festivales de mala muerte pagó en la cárcel el delito que repetirá incansablemente. Y el niño queer, Angel (Leo Espindola), en el lado opuesto del arco de construcciones identitarias, es un púber vulnerable adoptado por una familia que le niega la posibilidad de llamar mamá y papá a su papá y su mamá. Pequeño culón puesto a dieta, católico por obligación natural, sólo encuentra alivio en la golosina con mucho dulce de leche. Aun así, en el acto final, es redentor. El niño proletario de Lamborghini –otro expreso intertexto de la obra- se levanta del barro e invierte la lógica. La carne chamuscada se revela por sed de justicia como Batman porque Angel se pone oscuro y trasciende la humillación. El angel se vuelve negro y hace lo que ningún niño queer, o casi ninguno, puede. Hace lo que los niños queer que crecimos querríamos haber hecho con todos los bufarras de la nación.
Domingos a las 21, Espacio Polonia. Fitz Roy 1477

Pechos fríos, 1 de abril

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VIERNES, 1 DE ABRIL DE 2016
CINE

Pechos fríos

Demasiado correcta para ser política, demasiado apagada para ser de amor. Ni Ellen Page, ni Julianne Moore, ni el guionista de Philadelphia logran subirle la temperatura a Freeheld.
 Por Magdalena De Santo
Este jueves se estrena en pantalla grande Freeheld, con Julianne Moore y Ellen Page, quien además de actuar produce la película –y se está convirtiendo en la nueva promotora de contenidos LGBT audiovisuales con el reciente lanzamiento de Gaycation. Freeheld está íntegramente basada en el documental homónimo ganador del Oscar en 2007 de Cynthia Wade, pero no le llega ni a los talones. Quizá porque en el documental se nota la crudeza de un pueblo de Nueva Jersey que no ofrece salidas para lesbianas, donde la enfermedad arrasa como a los pelos después de una quimio y las posibilidades laborales se reducen a ser policía o competir por una changa en el taller mecánico. A diferencia del documental, la película no se decide a ser una de amor o una de política. Para ser de amor falta sex appeal entre la hermosa Moore de peluca inverosímil y la chonguita demasiado sin power Page. También, falta deseo, complejización de vínculos intergeneracionales, lectura sobre las asimetrías económicas y profesionales o las distintas construcciones de masculinidad y gestiones para patear closets. Todo es lineal, desde que se conocen hasta que compran la casa y el perro. Tampoco hay sexo. Eso sí, hay ternura, mucha ternura. ¿Será que las lesbianas no cogen y son excelentes compañeras? Luego, la torsión. La segunda parte resulta índole político-legal. Aunque el guionista –Ron Nyswaner– sea el mismo que conmovió a miles de maricas con Philadelphia, la lucha de la agónica Laura Hestel por dejarle la pensión a su compañera se presenta como la decisión burocrática que debe tomar el estrado masculino del condado de Ocean. La enfermedad se expresa como un drama hospitalario de TV. Para ser de amor, falta pasión. Para ser legal, la carga de discriminación y la amenaza al statu quo no duelen. Para ser de enfermedad, demasiado preocupada por no caer en golpe bajo. Para ser de lucha, es correctamente asimilacionista. “Me estás usando para tu campaña de matrimonio, pero yo sólo quiero igualdad”, afirma Laurel Hester a la marica judía que la absorbe. Steven Goldstein (Steve Carell) pelea por la legalización del matrimonio y aprovecha la causa de la moribunda para lograr sus objetivos. Siendo una película de tortas, los personajes del gay y del amigo heterosexual son los más interesantes. El amigo hetero sensible se embandera en la causa moviendo los hilos del poder político y convence a los colegas policías de acompañar a Hester. El arco de transformación de la película lo proporcionan estos dos tipos, mientras ellas siguen la trayectoria fatal que la vida de injusticias les alberga. Obvio, con una actuación magistral de Moore. Nota de color: la interpelación al poder que tiene la comunidad LGBT es de pancarta prolija al grito de “ustedes tienen el poder”. No es ficción; fue la canción de lucha del caso de Laurel Hestel. Una política sudaca, pienso, jamás ofrecería en bandeja su precariedad al Estado. Antes, te arrebatamos con dientes todo lo negado.